lunes, 19 de octubre de 2015

Breve comentario del libro Patas arriba La escuela del mundo al reves


PATAS ARRIBA
La escuela del mundo al revés



Eduardo Galeano es un montevideano nacido en 1940 con una larga carrera dentro del mundo periodístico, premiada en diversas ocasiones. En este libro pretende y consigue demostrar que el mundo está "al revés" y que el comportamiento humano no sigue la lógica "humana" y ni siquiera la "animal" en miles de casos, premiando al "malo" y castigando al "bueno", los que deberían hacer algo, hacen justo lo contrario, lo valioso se minusvalora y lo absurdo se adora...
“Hoy en día, ya la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley... La corrupción campea en la vida americana de nuestros días. Donde no se obedece otra ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas.”
Según Galeano “la economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tira bombas. Los pistoleros que se alquilan para matar realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la categoría de glorias militares. Los violadores que más ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las llaves de las cárceles. En el mundo tal cual es, mundo al revés, los países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los demás países; los bancos más prestigiosos son los que más narco dólares lavan y los que más dinero robado guardan; las industrias más exitosas son las que más envenenan el planeta; y la salvación del medio ambiente es el más brillante negocio de las empresas que lo aniquilan. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor cantidad de naturaleza al menor costo."
Así, no es extraño que el eterno personaje de Quino, esa entrañable Mafalda se preguntara si los derechos humanos los escribió Esopo.
Tampoco la ambición está libre de las críticas en esta obra: “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.”
En el capítulo titulado “Curso básico de injusticia” se critica la publicidad que fomenta el consumo desmedido, porque ese consumo no es sostenible: “La publicidad, ¿estimula la demanda o, más bien, promueve la violencia? La televisión ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas sino que, además, brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia”.
“La economía mundial exige mercados de consumo en perpetua expansión, para dar salida a su producción creciente y para que no se derrumben sus tasas de ganancia, pero a la vez exige brazos y materias primas a precio irrisorio, para abatir sus costos de producción. El mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar cada vez menos.” Como dice Galeano esto es fuente de desigualdades sociales graves, principalmente pero no exclusivamente entre los países ricos y pobres. Porque en demasiadas ocasiones las cosas no se venden a su auténtico costo. El precio de las cosas no suele incluir, por ejemplo, los costos de los daños producidos a la naturaleza, ni los costos de pagar salarios dignos y respetar derechos básicos. Así, concluye diciendo que “nunca ha sido el mundo tan escandalosamente injusto”.
Algunos de los datos que demuestran esa asombrosa injusticia no pueden justificarse fácilmente sin hacer un esfuerzo para autoperdonarnos, sobre todo, porque los que están a favor de las ventajas de la globalización suelen evitar descubrir los inconvenientes  de ésta, o bien, los esquivan como si fueran los “daños laterales” de cualquier guerra: Una mujer embarazada corre cien veces más riesgo de muerte en África que en Europa. El valor de los productos para mascotas animales que se venden, cada año, en los Estados Unidos, es cuatro veces mayor que toda la producción de Etiopía. Las ventas de sólo dos gigantes, General Motors y Ford, superan largamente el valor de la producción de toda el África negra. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “diez personas, los diez opulentos más opulentos del planeta, tienen una riqueza equivalente al valor de la producción total de cincuenta países, y cuatrocientos cuarenta y siete multimillonarios suman una fortuna mayor que el ingreso anual de la mitad de la humanidad.” A pesar de los datos, el autor no pierde el humor y cita una pintada callejera que parece resumir el espíritu del mundo: “¡Combata el hambre y la pobreza! ¡Cómase un pobre!”. “Cada vez cuesta más lo que el sur compra, y cada vez vale menos lo que vende" y encima “el sur lleva muchos años trabajando de basurero del norte”.
Paradójicamente, muchos trabajadores del sur del mundo emigran al norte, o intentan contra viento y marea esa aventura prohibida, mientras muchas fábricas del norte emigran al sur. El dinero y la gente se cruzan en el camino. El dinero de los países ricos viaja hacia los países pobres atraído por los jornales de un dólar y las jornadas sin horarios, y los trabajadores de los países pobres viajan, o quisieran viajar, hacia los países ricos, atraídos por las imágenes de felicidad que la publicidad ofrece o la esperanza inventa. Ejemplos no faltan como el escándalo de algunas empresas deportivas (Nike, Adidas...) que emplean mano de obra infantil sin las más mínimas medidas de seguridad. O empresas petrolíferas que esquilman la naturaleza (como Texaco en Ecuador). “La cadena McDonald's regala juguetes a sus clientes infantiles. Esos juguetes se fabrican en Vietnam, donde las obreras trabajan diez horas seguidas, en galpones cerrados a cal y canto, a cambio de ochenta centavos. Vietnam había derrotado la invasión militar de los Estados Unidos; y un cuarto de siglo después de aquella hazaña, que muchos muertos costó, el país padece la humillación globalizada.” Y estas empresas lo tienen y lo ponen muy claro: “Si no se portan bien, nos vamos a filipinas, o a Tailandia, o a Indonesia, o a China, o a Marte. Portarse mal significa: defender la naturaleza o lo que quede de ella, reconocer el derecho de formar sindicatos, exigir el respeto de las normas internacionales y de las leyes locales, elevar el salario mínimo.”
Centrándose en latinoamérica, indica que es una economía esclavista que se hace la posmoderna: paga salarios africanos, cobra precios europeos, y la injusticia y la violencia son las mercancías que producen con más alta eficiencia. Y hace una aclaración muy grave: “nunca nadie en la historia de América latina ha sido obligado a devolver el dinero que robó”. Pero claro, y esto en todo el mundo, el mayor problema es que “los políticos sin escrúpulos no hacen más que actuar de acuerdo con las reglas de juego de un sistema donde el éxito justifica los medios que lo hacen posible, por sucios que sean”.
En todo el mundo la pobreza mata, pero “desde el punto de vista del poder, el exterminio no viene mal, al fin y la cabo, si en algo ayuda a regular la población, que está creciendo demasiado. Los expertos denuncia los excedentes de población al sur del mundo”, aunque sea en los países ricos donde se vive con menos espacio y con más despilfarro.
“El código moral del fin del milenio no condena la injusticia, sino el fracaso”. Como ejemplo de esto se cita el caso de “Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra del Vietnam” y que “reconoció que la guerra fue un error”, pero “no fue un error porque fuera injusta, sino porque los Estados Unidos la llevaron adelante sabiendo que no la podían ganar”. El pecado está en la derrota, no en la injusticia. Que la primera potencia militar del mundo haya descargado, sobre un pequeño país, más bombas que todas las bombas arrojadas durante la II Guerra Mundial es un detalle que carece de importancia. Al fin y al cabo, en su larga matanza, los Estados Unidos habían estado ejerciendo el derecho de las grandes potencias a invadir a quien sea y obligar a lo que sea.
Eduardo Galeano critica la ligereza y el partidismo con el que se usa el término "libertad de comercio". Por ejemplo, "Inglaterra, Holanda y Francia ejercían la piratería, en nombre de la libertad de comercio, mediante los buenos oficios de sir Francis Drake, Henry Morgan, Piet Heyn, François Lolonois y otros neoliberales de la época". Otro ejemplo: "Cuando los Estados Unidos se independizaron de Inglaterra, lo primero que hicieron fue prohibir la libertad de comercio y las telas norteamericanas, más caras y más feas que las telas inglesas, se hicieron obligatorias.
En definitiva, "países en desarrollo es el nombre con que los expertos designan a los países arrollados por el desarrollo ajeno". Otras frases para reflexionar: "Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida. Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados."
Este libro plantea que en muchos casos y en ciertos países las cárceles están llenas de presos por ser pobres o por actos a los que la pobreza les empuja, mientras los que mantienen esa pobreza no sufren condena: "Los presos son pobres, como es natural, porque sólo los pobres van presos en países donde nadie va preso cuando se viene abajo un puente recién inaugurado, cuando se derrumba un banco vaciado o cuando se desploma un edificio construido.

 La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo.  En definitiva, poco pueden las leyes jurídicas contra las leyes económicas, y la economía capitalista genera concentración de poder tan inevitablemente como el invierno genera frío. La tecnología pone la imagen, la palabra y la música al alcance de todos, como nunca antes había ocurrido en la historia humana; pero esta maravilla puede convertirse en un engaño  si el monopolio privado termina por imponer la dictadura de la imagen única, la palabra única y la música única.
En el capítulo "Lecciones contra los vicios inútiles" critica un mundo en el que "El trabajo es el vicio más inútil. No hay en el mundo mercancía más barata que la mano de obra. El desarrollo de la tecnología no está sirviendo para multiplicar el tiempo de ocio y los espacios de libertad, sino que está multiplicando la desocupación y está sembrando el miedo. Cada vez hay más desocupados en el mundo. Al mundo le sobra cada vez más gente. La globalización es una galera, donde las fábricas desaparecen por arte de magia, fugadas a los países pobres; la tecnología que reduce vertiginosamente el tiempo de trabajo necesario para la producción de cada cosa, empobrece y somete a los trabajadores, en lugar de liberarlos de la necesidad y de la servidumbre; y el trabajo ha dejado de ser imprescindible para que el dinero se reproduzca. Son muchos los capitales que se desvían hacia las inversiones especulativas. Sin transformar la materia, y sin tocarla siquiera.

En el capítulo “Clases magistrales de impunidad” se revelan algunos de los casos más escandalosos de este mundo al revés. Por ejemplo: Las empresas petroleras Shell y Chevron han arrasado el delta del río Níger. El escritor Ken Saro-Wiwa, del pueblo Ogoni de Nigeria, lo denunció «Lo que la Shell y la Chevron han hecho al pueblo Ogoni, a sus tierras y a sus ríos, a sus arroyos, a su atmósfera, llega al nivel de un genocidio. El alma del pueblo Ogoni está muriendo, y yo soy su testigo». A principios de 1995, el gerente general de la Shell en Nigeria, Naemeka Achebe, explicó así el apoyo de su empresa al gobierno militar: «Para una empresa comercial que se propone realizar inversiones, es necesario un ambiente de estabilidad... Las dictaduras ofrecen eso». Unos meses más tarde, la dictadura de Nigeria ahorcó a Ken Saro-Wiwa. El escritor fue ejecutado con otros ocho ogonis, también culpables de luchar contra las empresas que aniquilaron sus aldeas y redujeron sus tierras a un vasto yermo. Muchos otros Ogonis habían sido asesinados, antes, por el mismo motivo.
Y es que los Estados Unidos venden cerca de la mitad de las armas del mundo y compran cerca de la mitad del petróleo que consumen. De las armas y del petróleo dependen, en gran medida, su economía y su estilo de vida.
Más de esto se expone en el capítulo titulado “La impunidad de los exterminadores del planeta”, donde se aclara, por si hiciera falta que: “Las empresas que más éxito tienen en el mundo son las que más asesinan al mundo; y los países que deciden el destino del planeta son los que más méritos hacen para aniquilarlo. “Galeano critica como muchas “expresiones de la preocupación oficial por la ecología “son mera hipocresía “que nadie cumple”, porque “el lenguaje del poder otorga impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo universal en nombre del desarrollo y también a las grandes empresas que, en nombre de la libertad, enferman al planeta, y después le venden remedios y consuelos. La humanidad entera paga las consecuencias de la ruina de la tierra, la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación de los bienes mortales que la naturaleza otorga. Es el veinticinco por ciento de la humanidad quien comete el setenta y cinco por ciento de los crímenes contra la naturaleza. Cada norteamericano echa al aire, en promedio, veintidós veces más carbono que un hindú y trece veces más que un brasileño. Así, los países ricos son “países y clases sociales que definen su identidad a través de la ostentación y el despilfarro. La difusión masiva de esos modelos de consumo, si posible fuera, tiene un pequeño inconveniente: se necesitarían diez planetas como éste para que los países pobres pudieran consumir tanto como consumen los países ricos, según las conclusiones del fundamentado informe Bruntland, presentado ante la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo en 1987. Las empresas más exitosas del mundo son también las más eficaces contra el mundo. Los gigantes del petróleo, los aprendices de brujo de la energía nuclear y de la biotecnología, y las grandes corporaciones que fabrican armas, acero, aluminio, automóviles, plaguicidas, plásticos y mil otros productos, suelen derramar lágrimas de cocodrilo por lo mucho que la naturaleza sufre."

En otro capítulo, “La impunidad de los cazadores de gente”, advierte que “no es negocio asesinar con timidez. Ante la ley terrena, la igualdad se desiguala todo el tiempo y en todas partes, porque el poder tiene la costumbre de sentarse encima de uno de los platillos de la balanza de la justicia. Aquí se pasa revista a los crímenes contra la humanidad y cómo estos resultan impunes: desde la dictadura de Uruguay hasta la de Argentina, pasando por Guatemala y el asesinato del obispo Juan Gerardi por la publicación de cierto informe.
En su capítulo "La impunidad del sagrado motor" critica con vehemencia el abuso de la industria del automovilismo y de sus usuarios. No se trata de criticar el progreso sino de criticar el abuso del progreso: los automóviles usurpan el espacio humano, envenenan el aire y, con frecuencia, asesinan a los intrusos que invaden su territorio conquistado. Este fin de siglo desprecia el transporte público  (y ya podemos añadir que el nuevo siglo XXI sigue en la misma línea. Para llamar la atención, Galeano hace la siguiente comparación: "La venta de autos es simétrica a la venta de armas, y bien podría decirse que forma parte de ella: los automóviles son la principal causa de muerte entre los jóvenes, seguida por las armas de fuego."
En resumen, “en nombre de la libertad de empresa, la libertad de circulación y la libertad de consumo, se está haciendo irrespirable el aire del mundo.” Galeano insiste en la necesidad de fomentar el transporte público y las bicicletas (y sus carriles). Un dato resulta revelador:  el dinero que Colombia gasta cada año para subsidiar la gasolina, alcanzaría para regalar dos millones y medio de bicicletas a la población. Por supuesto, esta es otra cuestión de discriminación con los países de sur ya que en ellos se sigue usando gasolina con plomo. Resultan didácticos algunos de los casos expuestos en el libro: ciudad de México, San Pablo, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Buenos Aires... por el contrario, algunas ciudades ya se han dado cuenta de la necesidad de reducir el espacio por donde circulan los automóviles: Ámsterdam o Florencia son un buen ejemplo de ello.
Este autor también critica el modo de vida de la 

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